Hoy me he llevado una gran sorpresa. He visto a un amiguito
que pensé jamás volver a ver. Mi trabajo exige levantarme a eso de las 5 de la
mañana para llegar abriendo la puerta de la estación radiofónica a las 7. Al
caminar hacia el edificio de ladrillo rojo, alcé la vista y vi que en el tejado
de una bodeguita cercana a la construcción antes mencionada, estaba él.

El 2 de julio, un día después de la trágica compra-venta de
las elecciones, íbamos mi hermana y yo paseando a nuestros perritos, cuando
ahí, en un rincón de una casa -famosa por tener gatos y una señora muy
malgeniada- estaba un pichoncillo de paloma. Gordita, indefensa, ante mi
progresivo acercamiento, intentó volar. No pudo. Sus alas eran bastante cortas
y su cola apenas sí se notaba. Aún le quedaban restos de plumilla amarilla
característica de los bebés paloma. Sin tardarme un minuto, pronto la tomé y la
llevé a mi casa. Ahí la crié en una jaula para perro amplia. Los primeros días
me veía recelosa, seguro me decía al pillar de manera ruidosa: “¡Tu no eres mi
mamá! ¡aléjate!” pero bastaron dos días para que me asociara los deliciosos
trozos húmedos de pan conmigo y hasta abría voluntariamente el pico para que le
diera más.

Junto a ella en esos días también cayó en mi camino un
pichón de paloma Montaraz Común, mejor conocidas como tórtolas, pero esta
pequeña murió a los pocos días…. Las aves son frágiles, sensibles y necesitan
mucho cuidado. No logré que creciera junto al palomo bautizado “polluelo” (¡Ja!
Que original nombre!) pero al menos intenté darle una buena vida…
No es la primera ave ni paloma que se cría dentro de mi
hogar, de hecho es una de las muchas que han pasado por mi vida…

Aún era estudiante cuando la traje a mi casa, y la liberé cuando
ya pasé a ser profesionista trabajadora. Todas las mañanas antes de ir a
clases, le daba apresuradamente su desayuno en el pico. Por las noches la
sacaba de su casa temporal y la obligaba a dar pequeños aterrizajes y despegues
para que aprendiera a volar. Poco a poco creció y pronto aprendió a comer
granitos del suelo. Ya no abría el pico. Sus plumas se habían desarrollado.
Llegó el 11 de agosto y sus constantes aleteos en la jaula
me indicaron que era hora de que fuera libre. Era hora de que volviera a un
medio donde la vida y la muerte danzan a diario frente a la rutina de éstas
bellas aves. Fue por la tarde. A la hora de comida donde nadie anda en los
alrededores, después de pedir a Dios protección para ella, miré el cielo. Tan
azul, tan inmenso, tan libre….

Abrí mis manos cuando pasaba cerca de nosotros una pequeña
bandada de palomas adultas y rudas. Por el maravilloso instinto, “Polluelo”
abrió sus alas y siguió aquellas palomas que lo invitaban aprobar el privilegio
de volar. Voló torpemente y dando círculos alrededor, pero en cuanto descubrió
que esas enormes alas eran suyas, se alzó bajo las nubes, y en línea recta, se
alejó, aterrizando a lo lejos en lo alto de un edificio, junto a las demás
palomas.
Algunos las consideran plaga, animales horribles y llenos de
enfermedades. Puede ser cierto que constituyen un riesgo para la salud humana,
pero ellas no son más que un reflejo de lo peligroso que puede ser la sociedad.
Después de todo, ellas llegaron con nosotros a invadir una tierra que no era
nuestra.
Hoy al despuntar el alba lo vi allí, en lo alto del cielo, mirándome
con sus enormes ojos rojos y su estructura
y plumaje inconfundible de un ave criada en cautiverio. La lograré identificar
mientras le cambie su plumaje. Hasta entonces perderá todo rastro de
cautividad.